EN BUSCA DEL VERDADERO INTELECTUAL.

Yo es que soy de letras…”. O como resumir en una frase la eterna separación entre ciencias naturales y humanidades. 

Esta dicotomía, que parece sacada del año 2000 cuando tuve que elegir entre el bachillerato científico o el humanístico, ha sido fuente de debate desde que el mundo es mundo y, más allá de la lucha de egos intelectuales, ha generado bastantes páginas y buena literatura al respecto.

Las dos culturas, es el acertado título que dio C.P. Snow en 1959 a una conferencia que retrataba esta problemática separación entre los representantes del saber empírico o científicos y los tradicionales pensadores o autoproclamados intelectuales y que sería resuelta en su Segunda Mirada (1963) a través de la comunicación entre ambos bandos, creando así una tercera cultura integradora de la realidad del mundo que habitamos.

Esta construcción conceptual es usada por J. Brockman en 1995 en su libro La tercera cultura: más allá de la revolución científica para definir al que considera el verdadero intelectual como un científico o pensador empírico que desplaza al humanista, apoderándose de la comunicación de la ciencia y de sus pensamientos para trasladarlos directamente al público y evitando la intermediación, esto es, imponiéndose sobre el discurso de los intelectuales literarios.

Snow habla de una vía (la comunicación) para la creación de esa tercera cultura que disuelva la dicotomía, el enfrentamiento entre los saberes y el “yo soy mejor” que cada una de las 2 posturas adopta para acercarse a la comprensión del mundo. Habla de una tercera cultura, pero no la define: no nos acerca al producto final de esa hibridación de pensamientos como hace Brockman.

¿Es la comunicación la solución al problema? ¿Han de ser la ciencia y sus representantes los únicos encargados de acercar posturas y llevar el saber hacia el público como propone Brockman? La excesiva polarización y especialización de los saberes trajo esta controversia hasta nuestros días y quizás también sacó a la filosofía de nuestra educación básica. Siendo la filosofía la humilde representación de la suma de saberes y no la competitividad o ambición de éstos por separado, ¿no será esta asignatura pendiente la fábrica de la tercera cultura o el Willy Wonka del auténtico saber?

REFERENCIAS:

Brockman, J. (1996). La tercera cultura. Más allá de la revolución científica. Barcelona: Tusquets.

Snow, C.P. (1977). Las dos culturas y un segundo enfoque. Madrid: Alianza Editorial.

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DEFINICIONES DE CULTURA CIENTÍFICA.

Haciendo una búsqueda en la web para la definición de Cultura Científica surgen múltiples variantes, siendo las más anticuadas muy cerradas en cuanto a la pertenencia del concepto a una minoría de subgrupos sociales.

Así lo hace Jegede O.J. (1997), asociando la cultura científica con la comunidad científica y académica:

La cultura científica puede considerarse como el conjunto de valores y ética, prácticas, métodos y actitudes basados ​​en el universalismo, el razonamiento lógico, el escepticismo organizado y provisionalidad de los resultados empíricos que existen dentro de la comunidad científica / académica. (Jegede, citado por Burns T.W., O´Connor D.J. y Stocklmayer, 2003, pág. 188).

Más adelante, Godin B. y Gingras Y. (2000), comienzan a abrir el concepto para extenderlo de manera general a la sociedad:

“Cultura científica y tecnológica es la expresión de todos los modos a través de los cuales los individuos y la sociedad se apropian de la ciencia y la tecnología.” (Godin y Gingras, citados por Burns T.W., O´Connor D.J. y Stocklmayer, 2003, pág. 188).

Esta definición más actualizada del concepto de Cultura Científica como algo social y universal, es compartida por Burns T.W., O´Connor D.J. y Stocklmayer (2003) que manifiestan que:

“…la cultura científica es un sistema integrado de valores sociales que valora y promueve la ciencia, per se, y la alfabetización científica generalizada, como actividades importantes” (pág. 188) y “es un entorno de toda la sociedad que aprecia y apoya la ciencia y la alfabetización científica” (pág. 190).

Se le atribuyen, por tanto, aspectos sociales y afectivos, haciendo evolucionar la definición hasta lo que conocemos hoy como Cultura Científica y que comparten la mayoría de organismos, instituciones y universidades:

“…conjunto de conocimientos no especializados de las diversas ramas del saber científico que permiten desarrollar un juicio crítico sobre las mismas y que idealmente poseería cualquier persona educada.” (Unidad de Cultura Científica y de la Innovación de la Universidad de Cadiz, s.f.).

REFERENCIAS:

Burns, T. W., O’Connor, D. J., & Stocklmayer, S. M. (2003). Science Communication: A Contemporary Definition. Public Understanding of Science12(2), 183-202. https://doi.org/10.1177/09636625030122004

Cultura Científica (s.f.). Unidad de Cultura Científica y de la Innovación de la Universidad de Cádiz. Recuperado el 3 de diciembre de 2020 a través de https://proyeccioninvestigacion.uca.es/cultura-cientifica/

EL SIGNIFICADO DE LA CAUSALIDAD GENÉTICA.

La culpa nació soltera y nadie con ella se quiere casar”.

La sabiduría del refranero rara vez falla y, en el mundo de las profesiones médicas o sanitarias, este ejemplo concreto viene como anillo al dedo.

El ser humano ama el azar y prefiere una y mil veces hallarse impotente ante los acontecimientos que le suceden que entonar el mea culpa, coger el toro por los cuernos y cambiar aquello que le hace mal, por incómodo que sea vivir con ello. Los modernos lo llaman “quedarse en la zona de confort”. Yo, escurrir el bulto. Y el escaso conocimiento que posee la población general sobre cuestiones biológicas, fisiológicas y médicas, hace de la genética la mayor de las excusas usadas por la gente en cualquier contexto desde el “me ha comido los deberes el perro” que usaban en el colegio.

Elliott Sober hace de “El significado de la causalidad genética” una introducción muy acertada de lo que puede explicar la genética y hasta dónde puede llegar su determinación sobre las cosas que somos y las que nos ocurren, y de aquello que, para que acontezca, requiere alguna influencia que va más allá: lo que conocemos como entorno.

Para los que estamos un poco más versados sobre el tema puede resultar algo redundante y, en ocasiones, da la sensación de que ha entrado en un bucle explicativo, pero para aquellos que tienen conocimientos limitados sobre esta cuestión me parece perfecto. Ofrece tal cantidad de ejemplos que, si el lector no lo ha entendido con el primero, habrá otros tantos que le resuelvan la duda. Lo que está claro es que, cualquiera que lea este apéndice, lo concluirá entendiendo que la culpa de todas las enfermedades, rasgos o características del ser humano no la tienen los genes y que será la combinación de estos con el ambiente, entorno o contexto en diferentes grados o niveles la que resolverá la ecuación final. Quizás no puedan definir los conceptos correlación y causalidad pero, definitivamente, entenderán que la una no conlleva necesariamente a la otra.

¿Son necesarias 22 páginas para esto? Yo creo que sí. Soy testigo a diario del desconocimiento en cuestiones de salud y lucho, a mí manera, para que las personas que reciban diagnósticos y tratamientos en mi consulta salgan de ella sabiendo que la caries y la enfermedad periodontal son enfermedades ligadas a los hábitos de alimentación e higiene y que, la genética, puede ser un factor predisponente en mayor o menor medida y que rarísima vez los genes dictan sentencia definitiva. 

Como mi ejemplo hay otros miles, dentro y fuera de las ciencias de la salud. Cada acción tiene su reacción y la inacción, aunque sea fruto del desconocimiento, no te exime de sus consecuencias. Por eso es importante fomentar el conocimiento más elemental de diversas disciplinas que ayuden a la población a tomar mejores decisiones en cuestiones relacionadas con economía y fiscalidad, política, educación, nutrición, salud y sostenibilidad. Es raro encontrar quien sepa el cómo y el porqué de sus impuestos y retenciones o entender su propia nómina, que conozca la diferencia de los macronutrientes que componen su comida o qué función cumplen y, no menos importante, entender que una bolsa de papel puede resultar más dañina y contaminante que su homóloga de plástico dependiendo de varios factores.

Desde el gobierno se suelen tomar acciones del color de su logotipo y frecuentemente salpicadas por otras motivaciones, ya sean políticas o económicas, que no suelen beneficiar a la sociedad española de manera global. Aunque se ha avanzado en la promoción de la investigación y la ciencia, estas medidas se quedan muy cortas porque esos avances y grados de información quedan accesibles para los que ya disponen de cierto nivel académico. Ninguno de estos temas es abordado de forma suficiente ni eficiente en la educación obligatoria y, sin embargo, cualquiera de ellos puede acarrear consecuencias éticas, legales, medioambientales o sanitarias. Esto se traduce en una sociedad poco preparada y que, en definitiva, no es libre de verdad para decidir.

REFERENCIAS:

Sober, E.,(2003). El significado de la causalidad genética. En A. Buchanan, D. W. Brock, N.  Daniels, y D. Wikler, (Ed.), Genética y Justicia (Primera ed., pp. 323-345). Cambridge University Press.

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