“La culpa nació soltera y nadie con ella se quiere casar”.
La sabiduría del refranero rara vez falla y, en el mundo de las profesiones médicas o sanitarias, este ejemplo concreto viene como anillo al dedo.
El ser humano ama el azar y prefiere una y mil veces hallarse impotente ante los acontecimientos que le suceden que entonar el mea culpa, coger el toro por los cuernos y cambiar aquello que le hace mal, por incómodo que sea vivir con ello. Los modernos lo llaman “quedarse en la zona de confort”. Yo, escurrir el bulto. Y el escaso conocimiento que posee la población general sobre cuestiones biológicas, fisiológicas y médicas, hace de la genética la mayor de las excusas usadas por la gente en cualquier contexto desde el “me ha comido los deberes el perro” que usaban en el colegio.
Elliott Sober hace de “El significado de la causalidad genética” una introducción muy acertada de lo que puede explicar la genética y hasta dónde puede llegar su determinación sobre las cosas que somos y las que nos ocurren, y de aquello que, para que acontezca, requiere alguna influencia que va más allá: lo que conocemos como entorno.
Para los que estamos un poco más versados sobre el tema puede resultar algo redundante y, en ocasiones, da la sensación de que ha entrado en un bucle explicativo, pero para aquellos que tienen conocimientos limitados sobre esta cuestión me parece perfecto. Ofrece tal cantidad de ejemplos que, si el lector no lo ha entendido con el primero, habrá otros tantos que le resuelvan la duda. Lo que está claro es que, cualquiera que lea este apéndice, lo concluirá entendiendo que la culpa de todas las enfermedades, rasgos o características del ser humano no la tienen los genes y que será la combinación de estos con el ambiente, entorno o contexto en diferentes grados o niveles la que resolverá la ecuación final. Quizás no puedan definir los conceptos correlación y causalidad pero, definitivamente, entenderán que la una no conlleva necesariamente a la otra.
¿Son necesarias 22 páginas para esto? Yo creo que sí. Soy testigo a diario del desconocimiento en cuestiones de salud y lucho, a mí manera, para que las personas que reciban diagnósticos y tratamientos en mi consulta salgan de ella sabiendo que la caries y la enfermedad periodontal son enfermedades ligadas a los hábitos de alimentación e higiene y que, la genética, puede ser un factor predisponente en mayor o menor medida y que rarísima vez los genes dictan sentencia definitiva.
Como mi ejemplo hay otros miles, dentro y fuera de las ciencias de la salud. Cada acción tiene su reacción y la inacción, aunque sea fruto del desconocimiento, no te exime de sus consecuencias. Por eso es importante fomentar el conocimiento más elemental de diversas disciplinas que ayuden a la población a tomar mejores decisiones en cuestiones relacionadas con economía y fiscalidad, política, educación, nutrición, salud y sostenibilidad. Es raro encontrar quien sepa el cómo y el porqué de sus impuestos y retenciones o entender su propia nómina, que conozca la diferencia de los macronutrientes que componen su comida o qué función cumplen y, no menos importante, entender que una bolsa de papel puede resultar más dañina y contaminante que su homóloga de plástico dependiendo de varios factores.
Desde el gobierno se suelen tomar acciones del color de su logotipo y frecuentemente salpicadas por otras motivaciones, ya sean políticas o económicas, que no suelen beneficiar a la sociedad española de manera global. Aunque se ha avanzado en la promoción de la investigación y la ciencia, estas medidas se quedan muy cortas porque esos avances y grados de información quedan accesibles para los que ya disponen de cierto nivel académico. Ninguno de estos temas es abordado de forma suficiente ni eficiente en la educación obligatoria y, sin embargo, cualquiera de ellos puede acarrear consecuencias éticas, legales, medioambientales o sanitarias. Esto se traduce en una sociedad poco preparada y que, en definitiva, no es libre de verdad para decidir.
REFERENCIAS:
Sober, E.,(2003). El significado de la causalidad genética. En A. Buchanan, D. W. Brock, N. Daniels, y D. Wikler, (Ed.), Genética y Justicia (Primera ed., pp. 323-345). Cambridge University Press.
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