Lo reconozco: la ciencia me remueve un poquito las entrañas. Me produce el mismo je ne sais quoi que el comienzo de una relación amorosa. Nervios, contradicción, incertidumbre. Un tira y afloja entre la razón y el corazón.
La ciencia o, mejor dicho, las ciencias, me hacen sentir mariposas en el estómago casi desde que nací y no es para menos. Estamos hablando de la relación más larga de mi vida y, como tal, ha pasado por épocas de total admiración y rendición ante su belleza y por otras de desazón, desencanto y total desidia.
Analogías aparte, la ciencia para mí es una manifestación de la verdad en su forma más pura. Lo que ves es lo que hay porque sigue un método riguroso, empírico y sistemático para alcanzar el conocimiento de la realidad de la forma más objetiva posible. No atiende a ideologías y tampoco a interpretaciones o, al menos, en mi mundo piruleta particular debería ser así. Pero seamos realistas: no lo es.
No lo es porque, por desgracia, está sujeta a la (¿mala?) influencia externa como todo en esta vida. Uno no es el producto de la manifestación única y exclusiva de sus genes sino la suma de estos con la interacción ambiental. Con la ciencia ocurre igual. No podemos separarla del contexto en el cual se desarrolla y su evolución está íntimamente ligada a la evolución de la sociedad. Así pues y, rescatando la analogía con la que comenzaba esta divagación, amor y ciencia encuentran sus puntos flacos en la intersección entre el interés, la infidelidad y la falta de honestidad. Por este motivo me es difícil creer en ella a pies juntillas y ha pasado de estar en el cajón de lo perenne e irrefutable (como el amor que se siente por una madre) a compartir cajón con lo que requiere de mí altas dosis de fe y esperanza (inserte aquí mis ganas de rezar).
¿Es culpa de la ciencia? No. Rotundamente no. La ciencia está desvirtuada y, en cierto modo, prostituida por un contexto social que la empuja a un lugar que no le corresponde. “La mató por amor”. Discúlpeme, pero no. Matar y amar son verbos que se conjugan igual, pero con un significado muy distinto. Y a la evolución de la ciencia le ocurre lo mismo cuando va de la manita de la sociedad: que las expectativas que tiene ésta de la primera matan su esencia.
Es una eterna disonancia cognitiva la que enfrentamos las generaciones actuales. Nuestros abuelos, padres y, nosotros mismos, hemos crecido en el medio de un auténtico boom de las ciencias y creyendo que todo tiene solución a través de ellas. ¿Cómo no va a ser así? Si no creemos en las ciencias, si éstás no son la gran panacea ni la solución a todos nuestros problemas, ¿qué o quién lo va a ser? ¿Dios? ¿La clase política? Para algunos sí. Y para muestra un botón, o dos:
Hagamos una pausa para apreciar cómo critico la ciencia haciendo uso de ella. (Excelente, diría el señor Burns).
El estudio sobre médicos estadounidenses que enlazo (Hersh y Goldenberg, 2016) representa cómo, en la práctica cotidiana, las decisiones que se deberían tomar basadas en hallazgos científicos o médicos se encuentran salpicadas por las creencias religiosas/políticas personales de sus practicantes. En el otro artículo enlazado (Fabbri, Lai, Grundy y Bero, 2018) se analiza la influencia que ejerce la industria sobre la investigación y cómo los intereses económicos pueden desviar la atención de la ciencia hacia cuestiones menos relevantes para la salud pública.
Todos hemos oído hablar de los millones que ha pagado la compañía X para financiar estudios que avalen sus productos e, incluso, hemos visto el nombre de asociaciones pro-salud o anti-enfermedad (esto da para otro debate) que deberían ser neutrales entre las principales promotoras de alimentos de dudosa calidad.
Los que nos dedicamos al ámbito de la salud, la biología o las ciencias médicas en general, ante este tipo de estudios nos preguntamos ¿a cambio de qué? Pero, ¿y el resto de la población? ¿Está preparada la sociedad para discernir lo que es ciencia de lo que no lo es? Yo creo que no. Aunque el artículo 20 de la Constitución Española reconoce nuestro derecho a recibir información veraz, también promulga la difusión libre de pensamientos e ideas y esto, en la era de la (des)información digital se torna bastante complicado. Juntamos intereses económicos, políticos y una escasa educación para fomentar el pensamiento crítico y armamos el quilombo perfecto. Lo que decía líneas atrás sobre el amor: interés, infidelidad y falta de honestidad.
Es en este punto cuando vuelvo a buscar en el cajón de la fe y trato de mirar esta cuestión con un poquito de esperanza, cambiando o, más bien sumando, a mis estudios basados en ciencias biológicas otros de ciencias sociales, en un intento de encontrar una solución que nos reconcilie a todos con el concepto de lo que en verdad deberían de ser las ciencias: libres y objetivas.
Referencias:
Alice Fabbri, Alexandra Lai, Quinn Grundy, Lisa Anne Bero, “The Influence of Industry Sponsorship on the Research Agenda: A Scoping Review”, American Journal of Public Health 108, no. 11 (November 1, 2018): pp. e9-e16. https://doi.org/10.2105/AJPH.2018.304677 . PMID: 30252531
Constitución Española (CE). Art. 20. BOE núm. 311, de 29 de diciembre de 1978. Ref: BOE-A-1978-31229. https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-1978-31229
Hersh, E. D., & Goldenberg, M. N. (2016, 18 octubre). Democratic and Republican physicians provide different care on politicized health issues. PNAS. https://www.pnas.org/content/113/42/11811