Hubo un año que lo perdí todo y no fue el 𝘥𝘰𝘴 𝘮𝘪𝘭 𝘷𝘦𝘪𝘯𝘵𝘦. Perdí un padre, el sueldo, la pareja, (ene)amigos…Y por perder, perdí hasta las ganas de vivir.
Siempre he sido introspectiva.
Solitaria pensadora.
Experta en hacer de un castigo un festival creativo y, de las tormentas de ahí fuera, una perfecta lluvia de ideas que me hacía muy feliz.
Sin embargo, 𝘥𝘰𝘴 𝘮𝘪𝘭 𝘷𝘦𝘪𝘯𝘵𝘦.
Con todas sus letras.
Para que parezca más largo y disimule los espacios en blanco que desde marzo a diciembre se instalaron en el hipocampo, dejándome sin recuerdos, sin contactos, sin abrazos.
Como si en esos meses el tiempo se hubiera esfumado y todavía hoy se siga escapando:
en un diciembre que es más frío que nunca, pero conserva el mismo sabor que tenía el desaparecido mes de abril.
No lo vimos venir.
Igual que el 𝘥𝘰𝘴 𝘮𝘪𝘭 𝘥𝘰𝘤𝘦. Otro año maléfico.
Sin cifras, en letras.
Para llenar el vacío de enero:
que fue el inicio de año,
pero también el inicio del fin.
Los meses que se borran pero pesan porque no te dejan sonreír;
esos siempre van a estar ahí.
Son la memoria protectora:
un reflejo que no sabes cómo,
pero forma parte de ti.
𝟐𝟎𝟐𝟏:
Te escribo con números para que le hagas hueco a lo bueno, a lo bonito y a lo fácil.
Por un año nuevo sin vacíos que cubrir🥂